Un espacio lleno de oficinas donde miles de personas trabajan a diario frente a un ordenador para que, cuando los usuarios encendamos el móvil, no tengamos que ver lo más perverso, violento y obsceno del ser humano. Ven vídeos y fotos que circulan por las redes con un contenido que jamás creeríamos posible. El testimonio de estas moderadoras de contenido confirma lo que Béjar denuncia en el primer episodio: la protección del usuario pasó de ser una prioridad para las redes sociales a convertirse en un obstáculo para ganar más dinero. Esos trabajadores no pueden ser identificados por una cláusula de confidencialidad en sus contratos. Pero quieren contar lo que han vivido porque les ha cambiado para siempre.